martes, 5 de febrero de 2008

A GUILLERMO-MICAELA VARA

Madrid 22 de Enero de 2006
Querido Guillermo:
Hace mucho tiempo que intento escribir esta carta pero lo he ido dejando, no por pereza sino porque no sabía cómo explicarte lo mucho que ha cambiado mi vida desde que nos separamos. Hoy me decido a ello para hacerte partícipe de una feliz noticia. En realidad, los últimos años de nuestro matrimonio hacíamos una vida absurda, sin comunicación, sin amor, sin emoción… Nuestro matrimonio era una pura farsa, algo preparado como un escaparate para saciar el morbo de nuestras amistades; esas amistades que nos rodeaban, siempre dispuestas a meter las narices en lo que no les importaba, y enterarse de lo que solo a nosotros incumbía. Tampoco los ansiados hijos llegaron para paliar la desidia y el aburrimiento que iba minando nuestra vida en común. Pasaban los días, monótonos, iguales, no teníamos nada qué decirnos, nada qué comentar, y no sabes lo mucho que sufría cuando veía pasar las horas sin una palabra tuya, sin una mirada, sin una atención. Notaba un gran vacío en tu corazón, y la reciprocidad se fue apoderando de mí. Éramos dos corazones sin sentimientos, sin latidos, dos corazones muertos. Luego llegó ella, volviste a hablar, volviste a reír, a sentir…, pero yo seguía aún vacía, quizá más vacía si cabe que antes, porque ahora ella se interponía entre los dos alejándote demasiado de mí. ¡Era tan joven y bonita…! Sí, ya sé: se trataba de mi hermana, a la que yo adoraba, a la que protegí toda mi vida y cuidé como a una hija cuando murió nuestra madre. Pero tú eras mi marido y ella sabía lo mucho que te amaba, lo mucho que te necesitaba. Nunca debió meterse entre ambos; solo tenía que mirarte como al marido de su hermana. Fue un juego peligroso en el que os enredasteis obviando mi sufrimiento. Y yo aprendí a mirar para otro lado con la esperanza de que todo fuera una aventura efímera, sin importancia. Después, un día e inesperadamente, os fuisteis. Aquella soledad, sin mi hermana, sin mi marido, me hundió en un negro pozo sin fondo. Mi vida no tenía sentido y hasta pensé en el suicidio. Pero el suicida es un loco o un valiente y yo soy demasiado cobarde y estoy cuerda... Seguí viviendo. Ayer, casualmente, nos encontramos en la calle y la vi tan envejecida que noté una punzada dolorosa en el corazón; después de todo sigue siendo mi hermana, casi mi hija. Iba con el niño, vuestro hijo, una criatura preciosa. Al verme se le saltaron las lágrimas y nos abrazamos. Te repito que sigue siendo mi hermana. ¿Te das cuenta lo que has hecho de nosotras? Dos mujeres amargadas, envejecidas a fuerza de sufrimiento. Pero yo he vuelto a encontrar el amor: es un hombre bueno, pendiente de mi bienestar, el padre de mi hijo. Como te decía al principio, quiero darte una feliz noticia: dentro de poco tendré un hijo. Sí. Mi sueño dorado de ser madre será en breve una realidad. Vuelvo a ver el sol que desde hace mucho tiempo estaba nublado y me sonríe la felicidad. Ya ves, la suerte y el destino de cada cual, pone las cosas en su sitio. Cuando me dejaste no sospechaba que, con el tiempo, volvería a querer y a ser dichosa. Quizá ni tú mismo lo imaginabas. Muchas veces pensé que las amargas lágrimas que derramé con vuestra traición, te dejaban indiferente, no llegando ni tan siquiera a rozar las fibras más superficiales de tu corazón. Os rogué, os pedí casi de rodillas, con los ojos enrojecidos por el llanto, pero estabais sordos y ciegos: solo existía vuestro tumultuoso amor que, como un huracán, lo arrasó todo. Y ahora, que por fin he decidido escribirte, me doy cuenta de que ya no siento odio, ni pena, ni me siento vejada y abandonada. Mañana te llevaré esta carta en persona. Me consuela pensar que alguna vez te habrás arrepentido de lo que hiciste, aunque nunca lo hayas dicho. Para tu tranquilidad confesaré que te he perdonado hace mucho tiempo.Termino la misiva sin despedida, sin besos ni abrazos. Eso lo encuentro incongruente y sería conceder demasiado.
Marta.
Marta cerró cuidadosamente la carta, la metió en un sobre y al día siguiente, muy temprano, se la llevó en persona como le había dicho. La dejó sobre la lápida junto a un ramo de rosas rojas: eran las que le gustaban a él. Le rezó un padrenuestro y se fue: "Ya nunca más volveré aquí".El sol había salido por levante y sus rayos se posaron sobre la tumba como un beso de despedida.

Micaela Vara

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