miércoles, 6 de febrero de 2008

¿ES EL OCEÁNO LA DISTANCIA?-ROSA


Aquí me tienes de nuevo, con el hilo que une nuestros silencios. Sé qué estás lejos, que el océano es un muro sólo franqueable con el pensamiento y las palabras que disuelven la distancia, engrandeciendo el querer. Hoy no será diferente a otros días aunque dé mil vueltas para llegar a ti.

Ya ves, dicen que mis dedos siempre eligen el perímetro más alejado de la vista para traer a la cercanía lo que la lejanía guarda en sus bolsillos. Pero tú sabes que es mentira, que mi realidad es verdadera, mucho más que todos esos seres que pueblan el inmenso azul que nos separa, porque ellos son invisibles hasta alcanzar el verso que un poeta les regala en sus noches de insomnio y soledad..., y tú estás aquí, a pesar de que para los otros, estás allí, lejos, al otro lado; tan lejos como lo están esos peces, anémonas o microsistemas y que, en la profundidad de un océano misterioso e inabarcable, el frío no mata.

¡Qué sabrán ellos, los otros, enfrascados en sus colores monótonos de aceras y edificios! Qué sabrán ellos de la magia de descifrar los minutos de una hora cómplice, si sus relojes son zombis caminando por el tiempo o meros mecanismos secuestradores de vida; qué sabrán ellos de las nubes-correo que llevan en su útero todo el calor de una mirada, camuflada entre el agua amniótica que fecunda la tierra, si las maldicen al sentir su roce en las delicadas ropas materialistas, sin pensar que no son como esas otras que paren demonios arrasadores de vida y futuro...

Pero tú me dices, como siempre, con la indolencia del que no le inquieta el silencio, que no hay océano que nos separe, y yo te creo, porque pintas en el muro efímeras palabras para que mis dedos, -pequeñas proyecciones de mí-, codifiquen leves poemas disfrazados de cartas o prosas, a las que pones voz para acompañar tus momentos de paz. Por esto..., y porque reiteras siempre que no existe la distancia si nos sentamos a escucharnos sin que medie el recuerdo, te creo.

Sí, lo sé, vuelvo a jugar con la metáfora para deshacer espacios, como en esas prosas que te escribía, azuzada por el placer de sentarme a tu lado en el verde mañanero o en la oscuridad templada por una luna llena en cualquier estación del año, o esas otras en las que el reloj se paraba siempre, y continúa parándose, a la hora en punto... Tú me entiendes y comprendes el motivo y la necesidad de hacerlo... Y así te traigo a mi lado, como otras veces, como siempre, con el egoísmo propio del que tiene en la letra el antídoto para disolver espacio y tiempo, con la seguridad de saber que estás al otro lado absorbiendo la esencia infinita de la palabra cuando sale de los adentros.

Hoy ha sido el agua, -ya me conoces-, otras veces, es la tierra el océano que separa nuestros presentes, desde sus tonalidades cambiantes con el vuelo de cualquier nube que viaje sobre ella; otras serán, como han sido, el tiempo convertido en lejanía, o el silencio engañoso que, a veces -sólo a veces-, juega a serlo también; pero siempre es la misma distancia, la misma que tú y yo diluimos en las entrelíneas de una carta, mientras en otro mundo ajeno a la charla de nuestros corazones, miden el espacio que nos separa.

Ya es de noche y el sueño solicita ser mi compañero por unas horas, pero no quiero terminar de escribirte. Por eso, esta vez, dejaré abierta esta carta, para que la continúes con el silencio hablante de tu respuesta inmediata, porque ya sabemos tú y yo que...

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Rosa

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