lunes, 18 de febrero de 2008

AL BARRIO DE CAFETERA-MªANGELES





Hola…
Permíteme el descaro de dirigirme a ti sin apenas conocernos, pero es que no he podido despegar de mi memoria tu imagen. Y, por otra parte, dejar sentimientos en el tintero, mudos, sellados, no soy partidario de ello. Me agrada comunicarme con mi entorno, más, cuando soy un viajero pasional que trato de ver más allá de lo que mi retina me transmite. Los museos, los edificios…, son testigos silenciosos del discurrir de una nación, su huella de identidad, es cierto, pero su sello real es otro al que hay que buscar en sus entrañas.
Me guío por los cinco sentidos y, cuando me recojo a mis interiores, es como si me impregnara de aromas, sonidos y la piel sintiera el tacto de tierras extrañas.
Llegué a ti una mañana recién nacida. El cielo acaba de despertar, estaba raso y la temperatura no podía ser más agradable. Según me llevaba el taxi por tus calles, me fui adentrado en tu sabor, embocadura regia de quien se sabe qué es. A cada cuadra que pasaba iba descubriendo tu belleza humilde y reposada. Tus gentes caminaban hacia un horizonte donde el bullicio es ley de vida en una ciudad tan inmensa como es la tuya, Cafetera. Las tiendecillas: peluquerías, fruterías… reposaban en la paz de un silencio, hecho a medida de sus inquilinos.
Me hiciste sentir que caminaba sobre los mundos de mi amigo al que iba a visitar. Palpé la cotidianeidad, la intimidad, el transcurrir los ríos de una vida muy querida para mí. No pudiste ser mejor anfitrión porque en ningún momento me hiciste sentir intruso, ni siquiera inmigrante, sino un elemento más de tu paisaje en el que cada día escribes tu historia personal.
Cuando subí al ático de tu alma y pude observar tus confines, llené los pulmones de ti y mis ojos se emborracharon de la luz que me transmitías.
Sí, recuerdo que me decías, que no eras nada especial, que estabas entre las lindes de la pobreza y de otros barrios más "paquetos", que tú eras… Déjame decirte Cafetera, que algo conozco de estos mundos, que eres hermoso por la sencillez que emanas, por la dignidad que transmites, por ser tal cual eres, sin empaque ni disfraces.
Deseo tener una próxima oportunidad y poder perderme por tu parque Cachabuco y, desde aquí, mi agradecimiento más sincero porque pude navegar, aunque fueran breves instantes, por otra parte de Buenos Aires muy distinta a la que se ve en las guías turísticas y, te insisto, me dejaste impregnar del aroma en el que crece un amigo tan lejos y tan cerca de mi tierra.
¡Gracias cafetera! Hasta siempre, fue un placer compartir un mate contigo.
MªÁngeles Cantalapiedra

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